Daniel Blake: “Sufrí un infarto, la doctora me ha dicho que no puedo trabajar”.
Funcionaria: “Tiene que seguir buscando trabajo o dejarán de darle el subsidio”.
Daniel Blake: “Soy carpintero, no sé utilizar el ordenador”.
“I, Daniel Blake”, película de Ken Loach .
Carpintero de profesión con 59 años, Daniel Blake tiene por primera vez problemas cardiacos y se ve obligado a recurrir a la asistencia social. El médico le prohíbe trabajar pero la administración británica le obliga a buscar empleo para evitar sanciones. ¿Cómo sortear los trámites burocráticos si además se tienen que realizar online y no se tienen conocimientos para ello?
Frente a los que opinan que la revolución digital provocará una pérdida masiva de empleos, surgen voces más optimistas que consideran que, aunque desaparecerán determinados puestos de trabajo, se crearán otros nuevos. Y efectivamente se han creado nuevos puestos asociados con la digitalización (Chief Digital Officer, experto en SEO, Community Manager, Data Scientist, etc) que no existían hace una década. Ahora bien, esto no debe eclipsar una realidad que es cada vez más patente, que es la brecha digital entre los trabajadores cualificados y los no cualificados digitalmente; así como entre los individuos dentro de una comunidad, ciudad o país que van a poder realizar gestiones y trámites a través de una administración o sanidad cada vez más online y los que no podrán hacerlo por falta de conocimientos.
En este sentido, la cara positiva de la digitalización es que países menos desarrollados económicamente podrán competir internacionalmente con profesionales cualificados digitalmente. Por tanto la educación de un país en estas habilidades será la clave para poder afrontar los desafíos de la nueva sociedad.
También hará que zonas dispersas geográficamente y con alto nivel de migración y desempleo puedan recuperar actividad económica mediante desarrollo de negocios digitales que no necesitan una ubicación física en grandes urbes. Pero todo ello pasa por una adecuada reacción de instituciones y gobiernos para resolver los retos a los que se enfrentan que para algunos supone el fin del sistema tal y como lo conocemos.
Esperar que compañías industriales absorban mano de obra trabajadora cada vez va a resultar más improbable. El mercado se está atomizando con la aparición de nuevos entrantes que están rompiendo las reglas del mercado en cada sector. Empresas dinámicas con estructuras flexibles, con metodologías de trabajo ágiles y profesionales cualificados digitalmente, que reaccionan rápidamente a la demanda o incluso la crean. Frente a ellas, a las pequeñas y medianas compañías que se mantengan ajenas a la digitalización o a las grandes compañías que, aunque conscientes de su necesidad de transformarse, mantengan estructuras y jerarquías muy pesadas, les va a resultar difícil competir al nuevo ritmo que impone el mercado.
Si los gobiernos e instituciones se empeñan únicamente en proteger o subvencionar industrias tradicionales poniendo trabas a los nuevos modelos emergentes de negocio acabarán impidiendo la evolución y adaptación de dichas industrias y de la sociedad. Aquellos países que, en lugar de crear ayudas proteccionistas a modelos anticuados, dediquen inversión para la capacitación digital de los individuos, para la investigación constante en nuevas tecnologías disruptivas y en energía sostenible, estarán preparados para afrontar el nuevo modelo.
Es cierto que, como sostiene The Economist, “la mayoría de los trabajos no estarán en la fábrica, sino en las oficinas, llenas de diseñadores, ingenieros, especialistas de sistemas, expertos en logística, profesionales del marketing y otras profesiones. Los trabajos del futuro requerirán más habilidades”.
Formarse en las nuevas habilidades, competencias y conocimientos necesarios para desarrollarnos como individuos y profesionales en la nueva sociedad será la clave para eliminar la brecha social y económica que puede producir la digitalización.
¿Hacia dónde vamos? Hacia una nueva forma de entender los negocios, hacia un modelo de empresa revisado, hacia nuevas formas de trabajo, hacia nuevas profesiones que aún no imaginamos. Si la 1ª Revolución Industrial significó un cambio sustancial en la forma de producir, la Transformación Digital, la era de la Información y de la hiperconectividad del siglo XXI, supondrá (ya lo está haciendo) una disrupción en la forma de interactuar, comunicarnos, consumir y relacionarnos.
Si recurríamos al “Darwinismo” digital para explicar que actualmente sólo aquellos profesionales y empresas que más rápido se adapten al cambio sobrevivirán en el nuevo entorno, en el futuro al que nos está conduciendo la cuarta revolución industrial provocada por las tecnologías disruptivas descritas (impresión 3D, realidad virtual, Internet de las cosas, robótica, inteligencia artificial) sólo lo harán los que tengan acceso al único poder que les permitirá desarrollarse en la nueva sociedad: la formación.
Autor: Juan Luis Moreno, Chief Academic & Strategy Officer en The Valley